Se acercaron el uno al otro, sintiendo la piel sobre la piel. Había pasado mucho tiempo, pero la sensación no era nueva, con cada contacto una explosión de pasiones y recuerdos recorrió cada uno de sus sentidos.
Con aliento caliente pero tierno cada uno exploró al otro, cada uno fue recordando los caminos andados, caminos en donde las huellas quedaron marcadas con el fuego de la pasión.
Juntos bajo el aterciopelado cielo, a la vista celosa de las estrellas, entre amor y amor se contaron lo vivido, se renovaron las risas y las lagrimas.
Poco a poco la noche fue pasando, poco a poco el cielo fue caminando sobre ellos, mirando de reojo el amor y la pasión desenfrenada de los amantes.
La noche fue dando sus últimos suspiros, en el naciente, se observada el hilo dorado, del nuevo día que se acercaba como un ciervo curioso se acerca a lo desconocido. Un nuevo beso, un nuevo calosfrío que recorre cada centímetro de la piel, un nuevo amor, una nueva explosión.
Las últimas estrellas, se despiden, mientras que el Sol va naciendo en un rito que enrojece el cielo, las aves despiertan para cantar al nuevo día recién nacido, un día de solo veinticuatro horas de vida, un niño que pronto será joven, adulto, anciano y morirá.
Aun respirando, los dos se besan por última vez, se recuerdan que sus caminos llevan rumbos de norte y sur, de este y oeste, se ven una vez más, ella observa su cuerpo aun firme, el mira sus ojos verdes.
Después de muchos años un nuevo hasta pronto surge de alguno de ellos.