Durante mucho tiempo el oscuro caballero, anduvo cabalgo en medio de un bosque oscuro, cada instante que vivía era su martirio, en su pecho llevaba una herida abierta, una herida que palpitaba de dolor y tristeza.
Su destino se adivinaba claro, poco a poco se iría perdiendo en la negra noche, poco a poco su corazón se iría transformando en piedra.
Creyendo no poder más, creyendo morir, de su corcel desmontó y de rodillas postrado ante la luz de la luna, se entrego a su suerte, dispuesto a morir, dispuesto a finalizar su historia para siempre. Ese momento una mano le tomo por el hombro, una mano le levantó y una voz suave y tierna lo llamo por su nombre. De inmediato los muros de piedra se resquebrajaron, de inmediato, el suelo se estremeció.
El caballero se levanto poco a poco tambalean te, se quitó su casco de negro metal y con sus ojos pudo ver la misericordia y el perdón, la alegría de vivir y la dicha de existir.
En sus ojos las lágrimas brotaron, de su boca no salían palabras porque había olvidado hablar, lentamente dando pasos hacia la dueña de la mano amiga caminó no sin desconfianza, no sin temor.
Cada paso dado significaba dolor, cada paso era dado dejando una huella de sangre, juntos caminaron hasta la tumba del primer caballero la cual misteriosamente esta vacía, estaba abierta, había desaparecido su morador, con cariño, con lágrimas las manos despositaron al caballero oscuro en la tumba, con amor un beso, con tristeza un adiós.
Al salir el sol, en lo alto de la colina un blanco corcel, se movía brioso, lleno de fuerza y a su lado, el caballero renovado, renacido, si bien con heridas en su alma, las que llevaría para siempre su corazón había sanado.