Ha pasado un año ya desde su graduación en la universidad, muchas cosas habían cambiado, otras seguían igual, aun recordaba aquel sábado lluvioso en que una llamada inesperada lo llevó a una cita de almuerzo. Un almuerzo que con el pasar de las horas se transformó en un café, en una película en el cine, en una cena.
Después de ese día siguieron otras llamadas del y al mismo numero, siguieron otras cenas, algunas botellas de vino, pero nada más.
No era el momento, no era el tiempo, no era la persona, solo una amistad, muy querida por cierto, pero solo una amistad.
Sea como fuere, ese encuentro había servido como un renacer, motivando un alivio en las heridas de su alma rasgada. Aferrarse a la vida no era ya tan duro, tan difícil, claro que tuvo sus recaídas, deseando dejar todo atrás para buscar un lugar lejano, en donde nadie lo conociera, en donde a nadie le importará.
Un año después, el mundo aun es gris, pero llevadero, se ha despojado de religiones, pero no de la fe, una fe aun en pañales, confusa y que gatea, pero fe al fin........
Al llegar a su casa, ahora con más luz, con más vida, dejó sus pertenencias en un armario, se dirigió a su refrigeradora y esta vez había alimento, a su mente regresó aquella noche en que solo una cerveza pudo hallar. Sacó una fruta y con ella en la mano cambió de rumbo a su cuarto a sentarse frente a su computadora y tal como lo hacía varías veces a la semana lo primero fue revisar su correo, buscando el saludo amable y cariñoso de esa persona reencontrada, de esa amistad que tanto bien le hacía.
Con cierto entusiasmo, pero no sin temor empezó a responder, repasando los acontecimientos, buscando como llevar a las palabras las imágenes y sensaciones vividas, ahora que la distancia los separaba nuevamente con miles de kilómetros de por medio, por lo menos sabía que al otro lado del gran océano había alguien a quien le importaba, alguien que le entendía y le apreciaba.